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Χριστὸς ἀνέστη -Cristo ha resucitado

    Descenso de Cristo

    Χριστὸς ἀνέστη ἐκ νεκρῶν,

    θανάτῳ θάνατον πατήσας,

    καὶ τοῖς ἐν τοῖς μνήμασι,

    ζωὴν χαρισάμενος!

    “Cristo ha resucitado entre los muertos,
    por la muerte pisoteando a la muerte,
    y a los que están en los sepulcros
    ¡concediendo la vida!”

    (Tropario pascual de la iglesia ortodoxa)

     

    Jesús murió un viernes antes de la Pascua. Fue sepultado un sábado y resucitó de entre los muertos un domingo. Muchos se han preguntado, ¿qué hacía Jesús el día sábado? La respuesta más obvia es que no estaba haciendo nada, estaba muerto. Sin embargo, una larga tradición cristiana nos brinda otra visión de los hechos.

    El Credo de los apóstoles del siglo II nos dice lo siguiente:

    Creo en Jesucristo, su único Hijo,
    nuestro Señor,
    que fue concebido por obra y gracia del Espíritu santo,
    nació de una santa María virgen,
    padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
    fue crucificado,
    muerto y sepultado,
    descendió a los infiernos,
    al tercer día resucitó de entre los muertos,
    subió a los cielos
    y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
    Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.

    El Credo de Nicea-Constantinopla del siglo IV omite la frase, «descendió a los infiernos».

    ¿De dónde habrá surgido la idea que Jesús, el día sábado, descendió al Hades?

    Hay textos bíblicos enigmáticos que parecen hacer referencia a este hecho: 1 Pedro 3:18-21 y Efesios 4:8-10. Luego, la tradición cristiana fue formándose y gestionando interpretaciones cada vez más elaboradas hasta que apareció el Evangelio según Nicodemo en el siglo V. Este escrito contiene el relato más completo de lo que la iglesia primitiva creía acerca del descenso de Cristo y su victoria sobre los poderes del Hades.

    Según este relato, Jesús descendió al Hades para predicar el Evangelio a aquellos que estaban esperando las buenas nuevas del reino de Dios. Ahí Jesús encontró a Adán y Eva, Abraham, los reyes de Israel y a los profetas. Jesús descendió justamente para predicar y para liberar a los muertos «justos» que murieron antes de la llegada del Mesías.

    Esta visión del Sábado Santo tomó vuelo cuando pasó de la tradición oral a la tradición escrita, y luego a la tradición iconográfica del cristianismo oriental. El ícono de la resurrección o del descenso al infierno transmite una teología poderosa.

    Podemos estar de acuerdo o no con la tradición antigua cristiana. Podemos interpretar los pasajes de la misma manera que hicieron los padres de la iglesia, o no. Podemos disentir con ciertas ideas de la tradición ortodoxa, pero también debemos escuchar un mensaje contundente de los orígenes del movimiento cristiano.

    El mensaje es el siguiente: Jesús descendió a los infiernos, no como cautivo de Satán, sino como Rey victorioso, como quien venció el mal y la muerte, como quien avergonzó a los poderes y principados del mal. Descendió el Hijo del hombre que estaba a punto de desafiar a la muerte y resucitar con un cuerpo glorificado.

    En este sentido, la iglesia primitiva nos dice: No hay lugar donde Dios no puede ir. No hay alma o lugar fuera del alcance de Dios. Ninguna persona está perdida si Dios decide buscarla.

    Teólogos de las tres grandes tradiciones han mantenido un largo debate sobre este punto de la teología cristiana. La literatura es extensa. Calvino opinó, también Karl Barth. No hay un consenso entre todos los cristianos sobre el tema.

    Sin embargo, este debate nos sirve para reflexionar sobre el poder de Jesús para romper las puertas del Hades, para abrir sus cerraduras y para liberar a aquellos que claman a Él.

    Jesús no murió apenas para perdonar los pecados de la gente de bien. Murió para vencer el mal y la muerte que aquejan la creación desde la caída de la humanidad en el Huerto de Edén. Dios hizo otro mundo posible a partir de la resurrección de Jesús. Su vuelta a la vida abrió las puertas a la nueva creación que se manifiesta hoy en el presente. 

    Gracias a Jesús, sabemos que el mal y la muerte no tienen la última palabra. La última palabra la tiene Dios.

     

    _________________

    Bibliografía recomendada

     

    • Evdokimov, Paul. El arte del ícono. Teología de la belleza. Madrid: Publicaciones Claretianas, 1991.
    • Hanegan, Jonathan. The Harrowing of Hell in Scripture and in Orthodox Iconography. Academia.edu.
    • https://www.academia.edu/73769540/The_Harrowing_of_Hell_in_Scripture_and_in_Orthodox_Iconography
    • Lewis, Alan E. Between Cross & Resurrection: A Theology of Holy Saturday. Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2001.
    • Rutledge, Fleming. The Crucifixion: Understanding the Death of Jesus Christ. Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2015.
    • Quenot, Michel. L’Icône: Fenêtre sur le Royaume. Paris: Les Éditions du Cerf, 2001.
    • Williams, Rowan. Motivos para creer. Introducción a la fe de los cristianos. Salamanca: Ediciones Sígueme, 2008.

     

     

     

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    Jonathan Hanegan

    Es de Denver, Colorado, EE.UU. Vive actualmente en Buenos Aires, Argentina. Licenciado en teología y castellano. Maestría en teología. Miembro de la Fraternidad Teológica Latinoamericana. Colaborador del Taller Teológico Latinoamericano.

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    Es de Denver, Colorado, EE.UU. Vive actualmente en Buenos Aires, Argentina. Licenciado en teología y castellano. Maestría en teología. Miembro de la Fraternidad Teológica Latinoamericana. Colaborador del Taller Teológico Latinoamericano.

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