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La adoración según Jesús

    Adoración

    En lo posible, antes de leer esta reflexión, lea Juan, capítulo 4.

    La mujer se aproxima con cierta lentitud al pozo, allí hay un joven de unos treinta años que le pide un poco de agua; a simple vista parece ser judío. La mujer se sorprende de que aquél joven le dirigiera la palabra a ella: una mujer samaritana.

    El relato deja ver que el que habla con ella lo hace sin ningún tipo de prejuicios y que detrás de su pedido se encuentra una enseñanza espiritual:

    —Si conocieras al que te pide agua, tú le pedirías y él te daría agua viva.
    —Señor, no tienes con qué sacar el agua…
    —El que beba de esta agua volverá a tener sed…

    Luego de este primer cruce de palabras, Jesús confronta a la mujer revelándole sus verdades ocultas, pero esta parece desviar la conversación preguntándole sobre la adoración y las diferencias que había entre judíos y samaritanos, ya que los judíos decían que sólo en Jerusalén debía adorarse.

    La respuesta de Jesús es superadora tanto para la tradición de Israel como para la mujer samaritana: “llegará la hora cuando ni en Jerusalén ni en este monte se adorará” (v. 21). Entonces, el Maestro explica que hay una forma de adorar que no es mediante reglas o métodos humanos, porque “Dios es Espíritu y los que adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (v. 24).

    La mujer pensaba, como muchas veces solemos pensar los cristianos de todas las épocas, que la adoración se trata de un acto externo, como lo es entregar un sacrificio, hacer una donación o incluso, entonar unas canciones en la iglesia. A lo mejor, somos de los que piensan que adorar en “espíritu y en verdad” se reduce a dejarnos llevar o a “meternos” plenamente en el tiempo de adoración durante el culto, mientras el director “nos dirige a la presencia de Dios”.

    Si bien cantarle a Dios es una demostración de adoración, ya que requiere humillación y reconocimiento de su soberanía (si es que lo queremos hacer con sinceridad), lo cierto es que sólo se trata de un acto externo. La adoración de la que habla Jesús en este pasaje se refiere a una actitud permanente del alma. No es una cuestión pasajera, se trata de tomar del agua que produce vida. Es como si Jesús dijera “no importa el cómo ni el dónde”, adorar no es un acto ritual que se reduce a un momento, se trata de un estilo de vida.

    Hacia el final del relato, la historia nos demuestra cuál es la verdadera adoración. Mientras la mujer va a buscar a los suyos para que conozcan al Mesías, llegan los discípulos, que se habían quedado atrás para comprar comida. Estos le insisten a Jesús que por favor coma, pero el Señor les asegura que tiene una comida que ellos no saben: “mi comida y mi bebida es hacer la voluntad del que me envió y que acabe su obra” (v. 34). Al predicarle a la mujer samaritana, Jesús estaba rompiendo las reglas de la tradición por obedecer al Padre. Tal vez, entonces se podría decir que la verdadera adoración de la que habla el pasaje se resumiría en una palabra: obediencia.

    La obediencia es el motor de la adoración, la pone en marcha y nos pone en marcha a nosotros como cristianos y como extensión del Reino de los Cielos en la Tierra. Jesús le remarca a la samaritana que es “necesario” que los adoradores lo hagan en espíritu y en verdad; de otra forma sólo estaríamos perdiendo el tiempo engañándonos, pensando que servimos a Dios cuando en realidad nos estamos quedando en el margen de sus planes.

    Un momento antes de hablar de cómo debía adorarse, el Señor le había asegurado a la mujer que él tenía un agua de la cual, si alguien bebiera, no volvería a tener sed jamás. El agua del pozo sólo podía saciar la sed momentáneamente, en cambio, el agua de la vida, produce vida en el que la bebe (v. 14). También, afirma el Señor, que él es quien da de beber esa agua, y que es el Padre quien “busca que tales adoradores le adoren” (v. 23).

    Entonces, la adoración de la que habla el Señor, es la que él produce en nosotros: es por su gracia que somos libres del pecado y que entendemos que en Él está la vida; es por el don de su Espíritu que comprendemos que debemos andar humillados delante de Él, que es el único que merece nuestra plena obediencia ¿Quién podría adorar a Dios si se encontrara en desobediencia?

    En definitiva, el momento de adoración en la iglesia, es muy importante, pero tiene que corresponder a una mínima fracción dentro de una vida de adoración.

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