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Nació en una remota aldea, hijo de una campesina. Creció en otro pueblo remoto, donde trabajó en un taller de carpintería hasta los treinta. Luego por tres años fue un predicador itinerante. Nunca tuvo familia, ni poseyó una casa. Nunca residió en una gran ciudad. Nunca viajó mas allá de 400 kilómetros del lugar donde nació. Nunca escribió un libro o tuvo un despacho. No hizo ninguna de las cosas que normalmente acompañan la grandeza.

Mientras era todavía  joven, la opinión popular se volvió contra él. Sus amigos lo desertaron. Fue entregado a sus enemigos y sufrió burlas en un juicio. Fue clavado en una cruz entre dos ladrones. Mientras moría, sus ejecutores se rifaron la única propiedad que tenía: su túnica. Cuando estaba muerto, fue bajado y puesto en una tumba prestada.

Transcurrieron XX siglos y hoy es la figura central para la mayoría de la raza humana. Ni todos los ejércitos que una vez marcharon, ni todas las flotas que navegaron, ni todos los parlamentos que se reunieron, ni todos los reyes que reinaron, puestos juntos, han afectado la vida del hombre sobre la faz de la tierra en la medida tan poderosa como esta “única vida solitaria.

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*Este ensayo fue parte de un sermón que, el Dr. James Allan Francis pronunció el 11 de julio 1926 a la Unión de Bautistas jóvenes en una convención de Los Ángeles y fue publicado ese mismo año en un libro titulado “El verdadero Jesús y Otros Sermones”.

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