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Solemnidad Vs. Improvisación

    solemnidad

    Por: Leandro Berguesi

    Las formas parecen haber adquirido un significativo valor últimamente ¿Pero son realmente importantes? ¿Qué tanta importancia debemos darles?

    Cuando las formas y los colores toman el primer lugar y se hacen prioritarios no nos dejan ver el contenido, lo que hay de fondo, porque siempre hay un contenido. También hay quienes dicen que las formas muchas veces son el contenido. Recuerdo en la biblia a un grupo de personas a las que les importaban mucho las formas, eran los fariseos, ellos fueron el grupo social más denunciado por Jesús durante su ministerio público:

    “¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados. Por fuera lucen hermosos pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre. Así también ustedes, por fuera dan la impresión de ser justos pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad” (Mateo23:27-28).

    Ellos tenían una muy buena imagen y guardaban todas las tradiciones, se preocupaban mucho por los formalismos, ellos preguntaron ¿Por qué tus discípulos no se lavan las manos para comer?, ¿Por qué tus discípulos no ayunan? En otras ¿palabras porque no guardan las tradiciones?, ¿Por qué no valoran los formalismos y las formalidades? Jesús les respondió: ¡Qué buena manera tienen ustedes de dejar a un lado los mandamientos de Dios para mantener sus propias tradiciones! (Marcos 7:9).

    Así también nosotros muchas veces reprimimos lo espontaneo y lo genuino en pos de las tradiciones, porque no se está juzgando el contenido, en este caso el mandamiento, sino que se juzgan las formas, los modos y las maneras. Si estaba planificado entonces es algo bueno, pero sino estaba planificado es algo malo, tenemos temor a lo espontaneo creemos que tiene que ver con el desorden.

    Espontaneo fue Jesús al entrar al templo y echar a los cambistas, algunos dicen que a latigazos, espontaneo para responder en muchas ocasiones, pero sobre todo genuino para vivir, genuino para relacionarse con los demás y para predicar, cuanto necesitamos hoy de predicadores genuinos, que no exageren pero que tampoco prediquen desde la opresión que ejercen los modos predeterminados.

    Necesitamos que nuestras iglesias sean un ámbito propicio para la espontaneidad y para que el poder de lo genuino pueda correr sana y libremente. Para esto debemos construir espacios sinceros donde nuestros hermanos sepan que se pueden equivocar, que pueden expresarse sin temor y que si se equivocan se los va a corregir en amor, para que sigan adelante. Porque cuando valoramos el contenido sobre las formas, entonces, nos preocupamos más por las motivaciones, porque estas sean las correctas, lo cual nos indicaría que el contenido está claro. Sabemos que las formas se pueden corregir porque son siempre secundarias, pero cuando ponemos a las formas en primer lugar estamos haciendo de ellas un ídolo.

    En algunas iglesias ese ídolo se llama SOLEMNIDAD, ya que el culto para ellos debe ser algo solemne y en otras el ídolo se llama IMPROVISACIÓN. Entonces en un contexto donde nuestras iglesias son culto-céntricas estos dos ídolos permean toda la vida de sus miembros y se los juzga desde ese lugar. En una iglesia solemne alguien que hace uso de lo espontaneo y rompe un poco las estructuras tan solemnes, es un pecador. Por el contrario en una iglesia que ama la improvisación y las experiencias emotivas alguien que busca la planificación y el equilibrio emocional es tildado de frío espiritualmente e incluso se puede llegar a dudar de su salvación.

    El desafío de nuestra generación es superar las barreras estéticas, las barreras de los modales que nos separan y empecemos a construir una iglesia basada estrictamente en el contenido que no es nada menos que la palabra de Dios. Cuando la Palabra está viva dentro nuestro corre sin respetar las formas, pero respetando siempre el contenido, respetándose siempre así misma, por eso no debemos temer, juntos podemos encontrar un equilibrio entre la solemnidad y la improvisación, entre los modos predeterminados y lo espontaneo.

    Finalmente las formas son importantes pero nunca debemos adorarlas aunque son ciertamente muy atractivas para el ojo humano y para la vanidad del hombre, nosotros tenemos la obligación de priorizar siempre el mandamiento, aun en sus diferentes envases. Juan el bautista no era un predicador de traje y corbata, él no se vestía como los fariseos, tampoco vivía como ellos, no era tan solemne como los fariseos pero desde su interior corrían ríos de agua viva. Los caretas de hoy son los hipócritas de aquellos días y los hipócritas de aquellos días eran los fariseos. Seamos genuinos, aunque cueste más es lo que corresponde y es lo que se necesita.

    Un mundo vacío de contenido pero lleno de información, un mundo lleno de luces pero profundamente oscuro requiere más que nunca de cristianos genuinos adentro de la iglesia, pero sobre todo afuera en la sociedad, en los diferentes ámbitos sociales. El poder de lo genuino convoca, interpela y es atractivo pero más aún cuando detrás de todo eso tenemos una fuente de vida eterna, un mensaje que produce vida y vida en abundancia, no seamos caretas seamos genuinos especialmente por los que aún no tienen esa vida, los que aun no conocen su Nombre.

    Leandro Berguesi

    Leandro Berguesi

    Es de Lomas de Zamora y actualmente reside en la ciudad de La Plata, está casado y tiene un hijo. Estudió profesorado en Artes Plásticas en la facultad de Artes de la UNLP y Teología en el Seminario Internacional Teológico Bautista. Es miembro de la organización misionera Latin Link. Co fundador de Ecclesia Joven y Autor del libro “Repensar la casa”.

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    Leandro Berguesi

    Leandro Berguesi

    Es de Lomas de Zamora y actualmente reside en la ciudad de La Plata, está casado y tiene un hijo. Estudió profesorado en Artes Plásticas en la facultad de Artes de la UNLP y Teología en el Seminario Internacional Teológico Bautista. Es miembro de la organización misionera Latin Link. Co fundador de Ecclesia Joven y Autor del libro “Repensar la casa”.

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