Le rogué tener una fe como de niña, ni más ni menos. Respondió, como cada vez que le hablo. Cuando pienso que no me contesta, es porque quizás yo no esté tan atenta a escuchar. Tal vez a veces estoy tan atareada que no miro sus semáforos, tan ocupada en una lista de deberes que no me siento para ser abrazada y descubrir sus secretos.
Pero esta vez sí lo escuché y empezó una reacción en cadena. Una infinidad de pasos. Le pedí tener una fe como de niña, y Él podría haberlo hecho al instante, porque Su poder lo puede todo, pero muchas veces elige meternos en el medio de procesos, de tiempos, de esperas… porque no nos creó como autómatas, máquinas, receptáculos pasivos… porque ama hacer obras maestras y que podamos creativamente autocultivarnos.
Para ser niña otra vez, Él me mostró el milagro que habita las simples cosas de la vida, me habló sin palabras en los árboles y el viento. Me puso enfrente unas lógicas humanas pesadas para hacer el ejercicio de desconfiar de ellas y me llevó a lugares donde yo no hacía pie para que mi creer fuera total.
Me enseñó que después de caer y llorar puedo levantarme sonriendo y volver a jugar como si nada. Me mostró que jugar y dormir sí son cosas serias, aunque sea lo opuesto a lo que siempre había escuchado. Me hizo ver que lo que importa, lo esencial, es más simple que un embrollo de apariencias y agendas. Fue sembrando en mis manos la simpleza, el manojo de armas para romper dudas. Para dar lugar a presencias reales, me ayudó a cambiar los planes duros por cosas mejores.
Puso sus lupas sobre mi muro de teología sistemática y en una mirada cómplice me dijo que lo derribara, porque Su sabiduría es más sabia, porque la ciencia que amo es buena pero no alcanza a explicarlo a todo… sobre todo, porque mis estructuras no pueden contener tanta gloria.
Me enseñó a ver, pensar, sentir, creer con toda mi alma y contra los pronósticos que el alrededor grita. Me ayudó a decir palabras descaradamente sinceras. A tener menos miedo de llorar, de reír, de ser yo misma y que los demás piensen lo que quieran.
Me labró la intensidad en el pecho. Me enseñó a deletrear “contracultura” y a meditar en esa palabra hasta que se volviera mi preferida; abrió mi percepción para ver al que encarnó esa palabra a la perfección… uno que nació en Nazaret y es el todo de mi vida.
Todo esto me permitió conocer porque me hizo para tener ojos de asombro: porque desde antes de la fundación del mundo, Él ya me estaba amando, anticipándome una fe como de niña.

Priscila Antonelli
Es de La Plata, Bs. As., Argentina. Profesora en Letras (UNLP). Se desempeña como graduada adscripta a la cátedra de Literatura argentina II en su universidad, marco en el que se encuentra realizando la Licenciatura en Letras. Además, es estudiante del Bachillerato superior en Teología (UEA).

Priscila Antonelli
Es de La Plata, Bs. As., Argentina. Profesora en Letras (UNLP). Se desempeña como graduada adscripta a la cátedra de Literatura argentina II en su universidad, marco en el que se encuentra realizando la Licenciatura en Letras. Además, es estudiante del Bachillerato superior en Teología (UEA).
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