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Formas de gobierno en la iglesia

    Formas de gobierno iglesia

    Por: Leandro Berguesi.

    Durante la Reforma Protestante del Siglo XVI, la frase “Ecclesia Reformata, Semper Reformanda est“, que en español significa “la iglesia reformada siempre reformándose”, se ha prestado a distintas interpretaciones y, sin intención de sacarla de su contexto, capturamos la esencia del “siempre reformándose” para analizar a la Iglesia Evangélica contemporánea, sus formas de gobierno y su correlación con el patrón bíblico.

    A través de los años, la lglesia Cristiana se estableció como una institución que, si bien vivió una serie de modificaciones en su estructura interna (y consecuentes divisiones), mantuvo una esencia organizacional medianamente estable. Si se toma a la Iglesia Católica como ejemplo, es claro que responde a un modelo episcopal para la elección de sus autoridades, patrón que es ampliamente reconocido por tratarse de la religión oficial en gran parte de los países de América Latina.

    En este sentido, a la hora de pensar en las iglesias evangėlicas es difícil asociarlas con una estructura definida para todas sus denominaciones, ya que su composición es heterogénea y entre sus modelos de gobierno son dos los que predominan: el presbiteriano y el congregacional.

    El gobierno en la iglesia primitiva: un liderazgo plural

    Si bien, la multiplicidad de formas de profesar una fe en Cristo responde a cuestiones culturales y contextuales en las que se va generando, el Nuevo Testamento hace referencia a ciertos criterios que deben tomarse en cuenta a la hora de pensar en el gobierno de una iglesia.

    Según la epístola del apóstol Pablo a los Efesios, el principio ordenador de la iglesia de los primeros tiempos fue establecido por Dios mismo, que “constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros” (Efesios. 4:11). De esta manera, y revisando el libro de los Hechos, se hace evidente en el modelo de iglesia establecida por Cristo, que eran los apóstoles quienes tenían autoridad en el pleno sentido del término, al punto de que sus palabras llegaron a estar en las Escrituras.

    No obstante, como explica el Doctor en Doctrina y Estudios Biblicos Wayne Grudem, en su libro “Teología Sistemática”, el oficio de apóstol fue encomendado a unos pocos testigos presenciales de la resurrección de Jesús, y que fueron directamente designados por él. De este modo, como aclara en un capítulo dedicado especialmente al gobierno de la Iglesia, la figura inmediatamente mencionada para seguir con esta tarea es la de los ancianos, cuando señala que Pablo “mandó llamar a los ancianos de la iglesia de Éfeso” (Hechos 20:17).

    El Nuevo Testamento da cuenta de que las comunidades eran guiadas por líderes, aunque no en todos los casos se los haya denominado ancianos, así el libro de Hebreos dice: “Obedezcan a sus dirigentes y sométanse a ellos, pues cuidan de ustedes como quienes tienen que rendir cuentas” (Hebreos 13:17). Lo curioso en este caso es que por más pequeña que fuera la congregación al mencionar su forma de administración, siempre se hace referencia a un grupo de responsables.

    Por otro lado, a la hora de pensar en un patrón seguido por la iglesia primitiva, encontramos la perseverancia en la doctrina legada por los apóstoles, perseverancia que se traducía en unión y especialmente en comunión, lo que nos lleva a otro concepto: la asamblea. En la iglesia del libro de los Hechos, los miembros en su conjunto tomaban parte en las decisiones importantes participando de ellas mediante asambleas. Un caso emblemático es el de la selección del apóstol sucesor de Judas, cuando Pedro, en medio de una congregación de 120 hermanos, hizo una consulta acerca del tema, y la intervención de la iglesia fue crucial en el desarrollo del acontecimiento (Hechos 1:15-26).

    Cuando hay crecimiento, es hora de revisar…

    En Argentina han llegado a inscribirse alrededor de cuarenta nuevas congregaciones por mes en el Sistema Nacional de Cultos, alcanzando un total estimado de cinco millones de fieles en todo el país. Pero, nás allá de la feliz y anecdótica noticia de un desarrollo sostenido de las nuevas comunidades, estos datos otorgan material de análisis en relación a cómo se están manejando estas cifras desde el interior de las congregaciones y sobre qué formas de gobierno están adoptando.

    Ahora bien, si lo que se busca es pensar a la Iglesia de nuestros tiempos en el contexto de crecimiento expuesto, se hace necesaria una revisión de la misma como organización. La evolución numérica conlleva una diversificación del perfil ideológico de la congregación, por lo que es imperioso detenerse ante las nuevas demandas y considerar que la existencia de nuevos conversos requiere una comunidad que los contenga y afirme en la fe.

    Sólo teniendo en cuenta el panorama en Argentina, de abierta concertación y diálogo, puede observarse la necesidad de abrir la Iglesia a un proceso de construcción de la identidad, fomentando la participación de la congregación, incentivando la intervención y el compromiso de todos sus miembros.

    Los cristianos, como ciudadanos del Reino de Dios, tienen derecho a formar parte del proceso de toma de decisiones en las comunidades locales a las que pertenecen, como lo hacían los cristianos primitivos. La comunidad no es algo que construya de arriba hacia abajo, sino que debe cimentarse y sostenerse desde el seno de la misma, en una búsqueda constante de agradar y glorificar a Dios.

    Bajo ningún concepto se trata de propiciar formas anárquicas de organización. Por el contrario, se trata de contribuir a generar instancias de asamblea que son vitales para mantener el dinamismo y pureza de una comunidad. El diálogo franco y sincero entre el liderazgo y la membresía de las congregaciones ayudará a evitar muchos problemas, además de proveer un espacio para que el Espíritu Santo guíe los pasos de la congregación.

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