Sabido es que las prácticas del cristianismo en el primer siglo hicieron que sus adeptos sean perseguidos y asesinados.
Ahora bien, vemos en la carta de Pablo a Filemón que él ruega, en nombre del amor, que reciba nuevamente a Onésimo, un esclavo que escapó. Y no solo que lo reciba, sino que lo libere y lo trate como algo mejor: como un hermano querido (vv. 16) y luego, le dice “como persona y hermano en el Señor”.
No se sabe cuál fue la razón por la que Onésimo llegó a ser esclavo, varias causas podrían haber sido: la más considerada es el hurto, pero también podrían haber sido deudas, conquistas de ejércitos, tráfico de personas, etc. Filemón, más allá del pedido de Pablo, tenía varios derechos que podría haber ejercido, dado que su esclavo le hurtó y escapó. El principal era que la ley romana permitía al amo dar muerte por una situación como esta. La realidad de Onésimo no fue única ni peculiar, sino que acontecían revueltas y rebeliones por parte de esclavos para poder liberarse (como la revuelta del esclavo Espartaco en el 73 a.C). Pablo, con su carta a Filemón, instaba a deponer de su derecho de darle muerte.
Otra cuestión a tener en cuenta es el trato que Filemón debía darle a Onésimo. Ya que los esclavos no eran considerados personas en la Roma del primer siglo. Por lo tanto, no tenían derechos privados ni control sobre sus propias vidas. Pablo, como ya dijimos, quería que lo recibiera no en su estado anterior de esclavitud, sino como algo mayor, como un hermano en el Señor. La Biblia es clara pero cuán difícil habrá sido para muchos de aquel entonces leer las palabras de Pablo en sus cartas cuando afirmaba: “no hay esclavo ni libre… porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Todos los amos debían empezar a considerar a sus esclavos como personas, tal cual lo que Pablo solicitó a Filemón.
En definitiva, las peticiones de Pablo a Filemón están llenas de la esencia del cristianismo que llega a nuestros días. Pero, pienso, son cuestiones que sólo se pueden lograr a través de Cristo porque, de modo contrario, todos querríamos la justicia y la sangre de nuestro enemigo. Imposible es, a veces, deponer el deseo de venganza. Sin embargo, Cristo mismo nos insta, tal como Pablo, a recibir, a bendecir, a poner la otra mejilla y abrazar a nuestro prójimo, ya no como un malhechor, un delincuente o esclavo, sino que, en definitiva, como lo que en realidad es, un hermano en el Señor.