Ir al contenido

El Triángulo de Descartes

    Triángulo Descartes

    Por: Jorge Luis Zárate.

    La estratagema del hombre está en buscar crear mundos, conceptos y realidades paralelas de las estipuladas, verdaderas y tangibles. Con filosofías vanas y la falsa ciencia (considerar algo como veraz y fehaciente cuando en realidad son meras teorías que no pueden comprobarse de manera científica). Valorar todo lo creado (sin tener en cuenta lo infinitamente perfecto) como producto del azar es de una carencia científica insondable, una torpeza de tal profundidad que solo el hombre podría engañarse con ella a sí mismo. Si todo es real o no, si el color que ven mis ojos es así o no, si el fuego que quema mi piel es veraz, si el frío que congela mis dedos es verosímil: tales son las dudas que el hombre, aun en nuestro siglo, se pregunta. Basta conocer el fuego para sentir que tengo sentidos, basta conocer la alegría para saber que tengo corazón, basta conocer el dolor para conocer que tengo espíritu.

    Todo esto es, creo yo, matemáticamente certero y comprobable. Nadie puede acercarse al fuego sin quemarse ni sentir su ardor; nadie puede estar sin reparo en un día de frío extremo y no sentirlo; ¿quién pudiera ser engañado y no arder en cólera? ¿Quién puede soportar la traición sin sentir un profundo dolor? ¿A quién no causa insondable alegría la llegada del suspirado amor? Todas estas cuestiones que suceden en el hombre son matemáticamente veraces, infalibles, irrefutables. Todo esto deriva en una conclusión en el intelecto: la existencia del hombre es verdad. Es el hombre una de las líneas rectas del triángulo.

    La existencia del ser humano en la tierra no es azarosa. Tiene que ver, en realidad, con un designio, un beneplácito divino. Solo que pensamientos tan increíbles, tan profundos y tan grandes cuestan mucho al hombre sobrellevar. No obstante, no dejan de ser verdad. Tal cual lo dijo el Maestro de Eclesiastés: “Al dedicarme al conocimiento de la sabiduría y a la observación de todo cuanto se hace en la tierra, sin que pudiera conciliar el sueño ni de día ni de noche, pude ver todo lo hecho por Dios. ¡El hombre no puede comprender todo lo que Dios ha hecho en esta vida! Por más que se esfuerce por hallarle sentido, no lo encontrará; aun cuando el sabio diga conocerlo, no lo puede comprender” [1].

    Hay realidades que el hombre puede llegar a conocer, pero inasible es la comprensión de esos hechos. No es causa de asombro que todas las infinitas cualidades y aptitudes de Dios deben ser potenciadas al infinito para poder describirlo como Dios y toda la creación es un reflejo de su infinita inteligencia, sabiduría y poder. La búsqueda del hombre por comprender y razonar estos sucesos, es la causa de la caída en su incredulidad. “Porque no lo entiendo, no lo creo”, piensa. A decir verdad, podrá el hombre ver y contemplar toda la creación pero si en su corazón no está dispuesto a creer en Dios, nada podrá convencerlo. Nadie niega a Dios, sino aquel a quien le conviene que Dios no exista [2]. Pero los que quieren conocer al Creador, evidencias suficientes hay en la tierra y en nuestro propio corazón para creer que hay Dios, más allá de no verlo. Así lo afirmó Víctor Hugo: Dios es la evidencia invisible. Es Dios, pues, la segunda línea del triángulo.

    Figúrese el lector un triángulo, una figura rectilínea de tres ángulos tal cual imaginó, en algún momento, René Descartes. Transportando esta imagen a la realidad de Dios y el hombre, hallamos que falta una línea para formar el triángulo, porque siendo Dios una línea y el hombre otra, hallamos que consta solo de un ángulo, que en una parte se tocan y en la otra las líneas se abren, separándose. Esta es la tragedia del Edén. Teniendo en cuenta que el hombre fue apartado de aquel jardín siendo hallado culpable de pecado, es en ese momento en que la plenitud del hombre y Dios se cortó, se mancilló. Algo le falta al hombre, más allá de su conocimiento de Dios. Muchos pueden creer, pero es un conocimiento intelectual, no tangible. Creen que es Creador, Amoroso, Poderoso (y esa es la parte donde las líneas se tocan).

    Pero hombres así siempre están aprendiendo mas no llegan a conocer la verdad. Las líneas, abriéndose, marcan un distanciamiento entre el hombre y Dios, entre su santidad y nuestro pecado. Aquella figura rectilínea de tres ángulos en definitiva parece volverse imposible de concretar y el hombre estará con respecto a Dios en un conocimiento intelectual, mas no intrínseco, del corazón. Faltaba un medio, una tercera línea que pudiera unirlos y formar así una perfecta imagen que cierre por completo la conexión. Que el hombre conozca a Dios intelectualmente y, amén de esto, pueda experimentarlo en el corazón, no habiendo distancia entre ellos, sino que la conexión que una a Dios y al hombre sea a través de un mediador, un abogado, alguien que limpie al hombre de su maldad y puedan conectarse mutuamente. Este es el hambre de los dos: tanto de Dios como del hombre. Así, también, afirmaba San Agustín: La oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre.

    Pero Dios proveyó la tercera línea, en su necesidad del hombre e hizo de ella un puente a través del cual Él pudiera conectarse con el hombre y viceversa. La tercera línea es Jesucristo. Así está escrito: “En el principio ya existía el Verbo [esto es, Cristo], y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios [3]. Y en otra parte afirma: “El que era la luz ya estaba en el mundo, y el mundo fue creado por medio de Él, pero el mundo no le reconoció [4]. No sorprendió a Dios ni a Cristo el desprecio del hombre, sino que ya estaba escrito en el libro del profeta Isaías (cabe mencionar que aquel profeta escribió 600 años antes de la venida de Cristo). En el capítulo 53 del profeta, dice: “Todos evitaban mirarlo; fue despreciado, y no lo estimamos. Él fue traspasado por nuestras rebeliones y molido por nuestras iniquidades; sobre el recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados” [5]. Y en el siguiente versículo sentencia: “… pero el Señor hizo recaer sobre Él la iniquidad de todos nosotros”.

    Es solamente Cristo aquel puente que une a Dios y al hombre, no hay otro mediador, no existe ni jamás existirá; es Cristo aquel conocimiento de Dios que brota del corazón, más allá del intelecto, es esa verdad que muchos persiguen pero pocos hallan. Así lo afirmo Él mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre sino por mí [6]. Es Cristo, pues, la concreción del anhelo de Dios. Y es Jesús el puente que cierra perfectamente el triángulo en aquel lado donde las líneas se separaban por causa de nuestros pecados. Fue Él quien las unió con su venida al mundo, su sacrificio y su perdón. Es así que se forma una figura perfecta que consta de tres ángulos: Dios, mediante Cristo, al hombre; el hombre, mediante Cristo, a Dios.

    Claro está, no puedo hablarles a los que, en su obstinación y orgullo, deciden no creer en Dios. Pero son ellos quienes opinan y concluyen sin tener claridad y en eso radica su error. A los demás, a los contritos, a los huérfanos, a los desolados, a los pobres, a los que hacen el mal, a los que sufren, a los pobres de espíritu les digo: “Así, por la gracia de Dios, la muerte que Él sufrió resulta en beneficio de todos [7]. A la escoria del mundo le expongo el único y suficiente puente para llegar a Dios: Cristo. Él es el principio y fin del triángulo de Descartes.

     

     


    Este artículo pertenece al libro “Encrucijada“, de Jorge Luis Zárate, publicado en 2019 por la editorial Cedros del Líbano.

     

     

     

     

     

    [1] Eclesiastés 8:16-17

    [2] frase correspondiente a Agustín de Hipona (354 d.C – 430 d.C), filósofo y teólogo.

    [3] Evangelio según Juan 1:1

    [4] Evangelio según Juan 1:10

    [5] Isaías 53:3-5

    [6] Evangelio según Juan 14:6

    [7] Carta a los Hebreos 2:9

    2 pensamientos en “El Triángulo de Descartes”

    1. Me gusta mucho como escribe, lo bonito de las descripciones, la creación y la obra de Cristo. Tambien los versiculos utilizados, pero no pude compartir en face porque siento agresivas algunas frases hacia los que no creen y tienen muchos argumentos y orgullos. A ellos quiero llegar y son difíciles. Pero muy bueno en general.

    Deja un comentario

    Tu dirección de correo electrónico no será publicada.